Este blog nace a partir del libro La riuada de Franco con la intención de divulgar nuevos datos sobre las inundaciones del Vallés de 1962. Coincidiendo con el 50 aniversario de aquella catástrofe colectiva, el libro, escrito por Ferran Sales i Aige y Lluís Sales i Favà, destapa las pugnas políticas, la propaganda y la corrupción que desataron aquellas riadas.


27 oct 2012

Los huérfanos “imaginarios” de la riada. Cincuenta años buscando a su hijo

Ángel, de 6 años, junto con su
 hermano Antonio de 3, en una foto
 de septiembre de 1961

Manuela Fernández Morales lleva cincuenta años buscando a su hijo. Lo perdió en la noche del 25 de septiembre de 1962, en el barrio d'Ègara de Terrassa, cuando una tromba de agua entró por una ventana, salió por la puerta y se llevó a su paso todo lo que había en la casa. Así perdió a sus hijos Angel, que tenía 6 años, a Antonio, con 3, y a su padre José María, de 59, que hacía pocos días había llegado del pueblo para visitarlos. Ella se salvó porque se agarró a una viga, pero luego cuando la tromba se la llevó riera abajo, rodando como si fuera un canto, ni ella sabe como quedó con vida. Sólo sabe que acabó desnuda, con el cuerpo lleno de heridas y que fue llevada al Hospital de Sant Llàtzer de Terrassa. El marido, Antonio Martínez Martínez, empleado de la empresa AEG, salvó la vida porque en el momento de la gran riada, se encontraba trabajando en el turno de noche. Cuando al alba salió de su fábrica y se dirigía hacia donde había estado su casa, un grupo de familiares y amigos salieron a su encuentro y le impidieron que continuara su trayecto, porque si hubiera seguido caminando, no hubiera encontrado nada.

A Manuela Fernández Morales y Antonio Martínez Martínez, oriundos de Abla y Doña María, respectivamente, en la provincia de Almería, la riada del 62 se les llevó todo. El cuerpo del hijo mayor Ángel, maltrecho e hinchado de agua lo recuperaron en un depósito de cadáveres. El cuerpo de su otro hijo, el pequeño Antonio, nunca ha sido localizado. Ángel tiene partida de nacimiento y de defunción. Antonio simplemente partida de nacimiento, con una acotación al lado escrita en lápiz, en que se puede leer “desaparecido”. Para Manuela Fernández Morales, la palabra “desaparecido” no quiere decir muerto, ni siquiera olvidado. Por eso, desde hace 50 años no ha cesado de buscar a su hijo.

Primero lo buscó en la riera de Terrassa, entre los escombros y deshechos de la riada, luego en los parques, en los patios de las escuelas o en las calles. Había días que se resignaba y, por un momento, pensaba que había muerto, pero luego volvía a tener la plena convicción que está aún con vida. Aunque Manuela Fernández Morales y Antonio Martinez Martinez rehicieron su vida poco después de la riada -tuvieron tres hijas Ana, Montserrat y Sonia- trabajaron como unos locos, él en la AEG y ella en el textil, y compraron un piso, nunca olvidaron a sus dos hijos que se les llevó la riada.

Este mediodía Manuela Fernández Morales se ha levantado del sofá desde el que estaba hablando, ha cruzado el salón-comedor de su casa y ha vuelto a abrir el cajón del aparador para sacar por enésima vez la foto de los dos niños. Allí están, Antonio, el menor, sentado junto con Ángel, en una foto en blanco y negro. Es una foto de estudio. En el reverso de la foto se puede leer una fecha: septiembre de 1961, un año antes de la riada. Sin mirarla me la ha entregado. Cuando me la alargaba con pulso firme, ha pronunciado simplemente una frase:

- “Por favor ayúdenos a encontrarlo”.

Mientras cogía de sus manos la foto de sus hijos, tratando de que la saliva pasara por el nudo que se me había formado en la garganta, Manuela Fernández, me ha continuado explicando con toda entereza, sin derramar una lágrima, que no tiene la seguridad de nada, ni de que el niño que se encuentra enterrado en la tumba de Terrassa sea su Ángel, porque el reconocimiento del cadáver de su hijo se hizo precipitadamente y sin garantías. Pero que de lo que sí tiene la completa seguridad es que a su Antonio, el menor, al que oficiosamente aún dan por “desaparecido”, alguien se lo llevó a su casa, para criarlo como un hijo, olvidándose que tenía ya una madre y un padre y que lo estaban buscando.

La hipótesis de que su hijo Antonio fue adoptado se convirtió para esa mujer en certeza  hace pocos años cuando se enteró que muchos niños, supuestos huérfanos de la riada, habían sido adoptados irregularmente, a hurtadillas, a través de un mercado que se abrió a las familias pudientes al día siguiente de la riada. 

Las revelaciones efectuadas  por el libro La riuada de Franco confirmando la existencia de este mercado, gracias a los documentos localizados en los archivos del antiguo Gobierno Civil de Barcelona, y de los documentos localizados en el Archivo Histórico de Terrassa - Comarcal del Valles Occidental, que acaba de publicar un fascículo titulado “Orfes imaginaris”- huérfanos imaginarios- donde se recogen 20 cartas- de solicitud de adopciones,  han consolidado las esperanzas de Manuela Fernández de que su Antonio vive, bajo otro nombre, con otra familia.

-“Si después de la riada hubo familias que adoptaron niños, sin que las autoridades se preocuparan en buscar a sus verdaderos padres, quizás nuestro Antonio pudo haber sido también adoptado”, aseguran al unísono Manuela Fernández Morales y sus tres hijas.

El drama de los falsos huérfanos de la riada, adoptados irregularmente, es un capítulo más de ese rosario de irregularidades puestas al descubierto por las investigaciones de la riada efectuada por historiadores locales y académicos, con ocasión del 50 aniversario de la tragedia. Manuela Fernández Morales y sus tres hijas no están, sin embargo, dispuestas, a que este drama, se convierta en un acto más de la conmemoración de la riada. Con conmemoración o no, ellas piensan continuar la  búsqueda del pequeño Antonio.

Las cuatro mujeres se han conjurado en proseguir las pesquisas, incluso si es preciso pedir el amparo de la Justicia. Lo harán no sólo por Antonio, sino además por los otros falsos huérfanos que fueron cedidos en adopción a hurtadillas y de manera irregular después de la riada de 1962. Fue un robo. La Administración franquista no fue ajena a este mercadeo. No sólo no cerró los ojos, sino que lo fomentó, lo canalizó y lo gestionó. Convirtió las donaciones de falsos huérfanos en una prebenda más para los adeptos del régimen.

21 oct 2012

Las muertes del 62


El 62 fue un año trágico; a las muertes de la riada del Vallés se le sumaron las muertes por la represión franquista. La espiral de violencia hizo salir a la calle a millares de manifestantes en España, pero sobre todo en el extranjero. En plena oleada de protestas una mano anónima redactó una carta dirigida al Jefe del Estado, el Generalísimo Franco, pidiéndole que a las muertes provocadas por las inundaciones de Barcelona, no le sumara una muerte más, la del militante libertario Jordi Conill Valls, para quien un tribunal militar le pedía la pena de muerte por haber colocado varias cargas explosivas en las fachadas de tres edificios oficiales de la capital catalana. La carta pidiendo clemencia, escrita a máquina en un papel fino, fue distribuida clandestinamente, de mano en mano o por correo entre los miembros de una sociedad que, aunque vivía con miedo, no estaba dispuesta a dejarse aplastar por la dictadura.

Una de las copias de esta carta clandestina, pidiendo al Caudillo que reconsiderara la petición de pena de muerte a Jordi Conill Valls, está reproducida en el libro La riuada de Franco, la localizamos en los archivos históricos del Pabellón de la República, dependiente de la Universidad de Barcelona que dirige el catedrático de Historia Antoni Segura, con la colaboración de Rafael Aracil y Andreu Mayayo. La carta escrita en castellano, para que Franco no alegara excusas y pudiera entenderla perfectamente, lleva a su pie unas frases escritas en catalán, en las que se rogaba que “por humanidad y caridad cristiana” se hiciera difusión del escrito para poder así salvar la vida de uno de sus conciudadanos. La carta es muy corta y concisa:


“Excmo Sr. D. Francisco Franco Bahamonde.

Palacio del Pardo.

Madrid.

Excelentísimo señor:


En estas horas que todos los españoles lloramos las muertes de tantas víctimas de las inundaciones, solicito del Jefe del Estado y de las autoridades militares que tengan la caridad cristiana de no añadir una víctima más a los centenares de muertos, y, como legalmente proceda, eviten que el estudiante barcelonés Jorge Conill Valls sea fusilado.
 

Dios guarde su Excelencia muchos años.

 
Barcelona, 2 de octubre 62”.

Aunque en plena lógica la carta no debiera de estar firmada, la copia que se conserva en los archivos del Pabellón de la República lleva a su pie, escrita también a máquina, el nombre de Marqués de Santa María de Barberá y de la Manresa, como si éste hubiera firmado el documento. El nombre es legible, a pesar de que sobre este nombre a modo de tachadura se escribieron a máquina una serie indefinida de letras x en mayúscula. 


Es posible que el nombre puesto al pie de la carta fuera una broma de  la oposición o que efectivamente estuviera puesto por el propio Joaquín de Sarriera y Losada, que en aquella época ostentaba el título de nobleza, que le había sido otorgado a su familia por el rey Alfonso XIII. Cualquiera de las dos hipótesis es válida, incluso la de la broma, entre otras razones porque los juegos de palabras llenas de ironías y dobleces eran habituales entre la oposición antifranquista de la época. La ironía les servía de válvula de escape para tratar de superar la situación de tensión en que se encontraban inmersos muchos activistas.

La anécdota de la firma del documento no logra enmascarar la mísera y trágica realidad en que vivía la sociedad española, el año 1962, que también fue el de la riada del Vallés. En el periodo comprendido entre las trágicas inundaciones y el fin de año, es decir tres meses, se celebraron en España al menos seis Consejos de Guerra contra activistas antifranquistas a los que se les condenó a un total de 360 años de cárcel.

Una calle del Campo de la Bota de Barcelona,
escenario de ejecuciones franquistas,
inundada por la riada de septiembre de 1962
 (Foto Perez de Rozas, Archivo Histórico de Poblenou).

La mayor parte de los condenados fueron militantes anarquistas y libertarios que, después de reorganizarse, habían emprendido una gran ofensiva contra el régimen, a base de explosivos y atentados. El más osado de los atentados fue el perpetrado el 19 de agosto en la entrada del Palacio de Ayete, que era la residencia veraniega de Franco, pero también se colocaron bombas en las sedes de los periódicos Ya, Pueblo, La Vanguardia y ABC, en Barcelona y Madrid.

Jordi Conill, que fue juzgado el 23 de septiembre de 1962 y cuya causa fue revisada en casación el 5 de octubre, logró sin duda salvar la vida, gracias a la presión popular, ejercida a través de cartas como aquella y de centenares de movilizaciones desencadenadas en todo el mundo. El tribunal militar, en lugar de la pena de muerte, que le solicitaba el fiscal, le impuso una condena de 30 años de prisión. El Campo de la Bota de Barcelona, lugar habitual de los fusilamientos franquistas y donde Conill hubiera podido ser ejecutado, permaneció en silencio aquel invierno, a pesar de que el barro, que había arrastrado las inundaciones de septiembre, ocupaba sus calles y muchas de las barracas del barrio.

Sin embargo, antes de que finalizara aquel año trágico, en noviembre de 1962, el aparato represor alcanzaría su paroxismo, al detener en Madrid al dirigente comunista Julian Grimau García. Grimau sí fue ejecutado, en la primavera de 1963, a pesar de la movilización y las protestas internacionales. Franco, alentado y reforzado por la oleada de propaganda laudatoria conseguida a costa de la riada del Vallés, permaneció firme. Sin pestañear y con el puño cerrado, confirmó la sentencia contra Grimau, que sería fusilado en el campo de tiro del cuartel de Campamento en Madrid.

El año  que siguió al de la riada, 1963, fue pues aún peor que el anterior. Aunque no hubo muertes por inundaciones, el franquismo continuó reprimiendo con dureza y provocando sangre. Las estadísticas lo demuestran; en los primeros cuatro meses de aquel nuevo año se juzgaron en Consejos de Guerra a cerca de 120 militantes antifranquista, cuatro veces mas que en el trimestre precedente, el ultimo de 1962. Esta vez la mayoría de los condenados no fueron anarquistas, sino militantes del Frente de Liberación Popular –FLP- y comunistas.

En cualquier caso, al franquismo sólo le preocupaban los muertos de la riada del Vallés porque podía permitir exprimirlos para hacerse publicidad. Por eso ordenó erigir obeliscos en todas las poblaciones afectadas por la riada. A las otras víctimas, a las de la represión franquista, optó por volverlas a condenar, pero esta vez al silencio. Cincuenta años después, continúa perpetuándose la misma estrategia; obeliscos para la riada y silencios para el fraude y la represión. 

15 oct 2012

La riada no tiene película

Coincidiendo con el cincuenta aniversario de la riada de 1962 en el Vallés acaba de estrenarse la película ‘Lo imposible’ co-financiada, entre otros, por la Comunidad Valenciana. La película, dirigida por Juan Antonio Bayona, basada en hechos reales, narra la odisea de una familia española que se ve sorprendida por el tsunami de 2002 en Tailandia. La película ha merecido los elogios de la critica y la web Filmaffinity, termómetro de cinéfilos, le da una puntuación extraordinaria: 7.3 sobre 10.

‘Lo imposible’, aunque está basada en hechos reales, está llena de estereotipos, fórmulas facilonas, efectistas y concesiones comerciales tan vulgares como vergonzosas. Entre estas concesiones vergonzosas citaré sólo dos a modo de ejemplo: la primera escena vergonzante es la de tres supervivientes, subidos a un arbol, mientras recobran fuerzas bebiendo una lata de refresco que uno de los protagonistas localiza en medio de los escombros, y que automáticamente el espectador asocia a la Coca-cola.


La lluvia sobre Valencia de este fin de semana
 hizo mas vivo el aniversario de la riada
del 14 de octubre de 1957
que asoló la ciudad y provocó 99 muertos.

La segunda escena "peculiar" es la irrupción al final del film de un personaje perfectamente trajeado de oscuro, contrapunto a la desnudez y el drama, que se  presenta a la familia como agente de Seguros Zurich para asegurarles su repatriación a una zona segura en un avión hospitalizado, al tiempo que concluye "Seguros Zurich cuidara de su familia". Simplemente por esas dos escenas ‘Lo imposible’ debería ser colocada en el índice de películas indecentes o gravemente pecaminosas.

Pero en medio de tanto despropósito, ‘Lo imposible’ es una película que le viene como anillo al dedo al cincuentenario de la riada del Vallés. La película ilustra, de manera mas o menos diáfana, el desconcierto y desorden que se produce después de una tragedia natural y cómo los primeros que asumen el socorro de las víctimas son los vecinos, después los voluntarios y la ausencia o tardanza en actuar de las estructuras estatales asistenciales. De acuerdo con este protocolo asistencial, en ‘Lo imposible’ no se ven soldados, a penas se ve policía, por no hablar de la invisibilidad de la Cruz Roja o de otros cuerpos internacionales que llegan siempre mas tarde, es decir demasiado tarde.

El discurso de ‘Lo imposible’, al margen de la indecencia comercial, es un homenaje fugaz a la solidaridad humana, vecinal y al voluntariado, el mismo que actuó en la riada valenciana de 1957, en el Vallés en 1962, en el tsunami de 2002 en Tailandia y que volverá a actuar siempre cuando las circunstancias lo requieran.

‘Lo imposible’ me ha hecho reflexionar y preguntarme ¿por qué  si hay ya una película sobre el tsunami de Tailandia no hay ninguna película o un gran documental sobre la riada del Vallés o de Valencia? ¿No es paradójico que la industria cinematográfica valenciana se haya volcado para hacer una película sobre el tsunami de Tailandia y no se acuerde de su propia tragedia de 1957 o de la de Barcelona en 1962?

8 oct 2012

El anillo del obispo de Valencia de 1957

En la historia de los desastres naturales de la España del siglo XX destacan dos inundaciones; la riada de Valencia de 1957 y la 'riuada' del Vallès, en 1962. Aunque los daños y el número de víctimas que se contabilizaron en cada una de estas dos tragedias no son ni por asomo los mismos –Valencia, 99 muertos, frente a los casi 700 del Vallès- se pueden trazar entre ambos hechos una serie de paralelismos y coincidencias.

La gestión del régimen franquista en las dos zonas siniestradas fue prácticamente la misma o estuvo diseñada con los mismos criterios: utilización de la maquinaria gubernamental a fondo en detrimento del voluntariado. Esta filosofía tenía como único objetivo hacer aparecer a ojos de la opinión pública y de la comunidad internacional los desvelos paternalistas del General Franco. Tanto en Valencia, como en el Vallès, el voluntariado fue ‘secuestrado’ por el régimen y sometido al aparato de la dictadura.

La Iglesia, que en ambas tragedias se convirtió en avanzadilla del voluntariado solidario, reaccionó, sin embargo, de manera diferente ante la maquinaria franquista, a pesar de que entre la riada valenciana y la catalana hubo sólo un lapsus de cinco años. Mientras la Iglesia valenciana, capitaneada por el obispo Marcelino Olaechea, se entregó en cuerpo y alma al aparato franquista sin rechistar, la Iglesia catalana, a pesar de estar liderada por el arzobispo Gregorio Modrego, se resistió a las maniobras franquistas, le plantó cara, le discutió sus criterios y acabó creando una red asistencial diferente a la del régimen.

La entrega de la Iglesia valenciana a la causa oficial llegó al paroxismo cuando el Obispo Olaechea de la capital del Turia se prestó a participar personalmente en un carnaval publicitario, organizado por Radio Juventud de Murcia, que duró varios días y en el que se subastaron todo tipo de objetos donados por los famosos para recaudar fondos a favor de los damnificados.

El Obispo de Valencia entregó a la Gran Subasta su anillo episcopal para que fuera subastado en la misma operación en la que días antes había sacado a la venta publica un burro bautizado con el nombre de Platero II, una camiseta del Atlétic de Bilbao, el capote de un torero o el crucifijo con que fue amortajado el fundador de la Falange, Jose Antonio Primo de Rivera.

El anillo del Obispo fue adjudicado por más de un millón de pesetas -6.000 euros, una cantidad exorbitante para la época, a la Agrupación de Conserveros de Murcia.

La imagen de un Obispo desnudo, sin el anillo oficial, se convirtió en el símbolo de la comunión entre la Iglesia tradicionalista y el régimen franquista. Aquel gesto fue un jalón más de la trayectoria de un clérigo que había venido compartiendo desde finales de 1936 los postulados franquistas y que no dudó en 1937 en firmar la carta de los obispos en favor de la Cruzada y para hacer un frente común al comunismo.

La donación de su anillo a aquella mascarada, punto culminante de su vida pastoral, quedó recogido en una foto en el que se le ve junto a la actriz Carmen Sevilla descendiendo por la gran escalinata del teatro, donde se celebró la última sesión de la Gran Subasta.   

El Obispo de Valencia Marcelino Olaechea,
junto con Carmen Sevilla y en un segundo
plano Vicente Parra en 1957

Las desventuras del anillo del obispo de Valencia destiló riadas de tinta y grandes titulares en la prensa, hasta el punto de convertir al Prelado en una víctima más de la riada; un obispo sin su anillo. Se abrió entonces una suscripción popular para regalar al obispo un nuevo anillo que él volvió a donar a los damnificados. El Papa Pio XII puso fin al culebrón del anillo obispal cuando desde Roma envío al jerarca valenciano un tercer anillo con la orden de no sacárselo nunca más del dedo. Todas estas peripecias obispales dejaron en la semipenumbra la labor de cientos de sacerdotes y seminaristas, que en disciplinados turnos de mañana, tarde y noche estuvieron sacando con palas el barro de las calles valencianas.

Por lo contrario, en el 1962 ante la riada del Vallés,  las autoridades eclesiásticas catalanas se movieron en silencio y con discreción. Pronunciaron eso sí los discursos oficiales que les impuso el protocolo en las ceremonias oficiales, sobre todo en los funerales solemnes presididos por el Caudillo. El arzobispo Gregorio Modrego no hizo ni un gesto más de los establecidos a pesar de que era tan adepto al régimen como su compañero valenciano. Ni los miembros de la Iglesia catalana ni los fieles le hubieran permitido al Obispo Modrego un comportamiento diferente.

La Iglesia catalana trabajó así sumida en el silencio. Pero no dudó en criticar y oponerse a la campaña oficial hasta el punto de divorciarse del régimen y apostar por una estructura asistencial al margen de la oficial.

¿Cómo es posible que la Iglesia catalana se comportara de manera tan diferente a la valenciana? Para empezar, por una simple razón, porque la Iglesia catalana se había empezado a regir de abajo a arriba y no de arriba abajo, como estaba estructurada la valenciana. Pero además, porque cuando acaeció la tragedia del Vallés, el Papa era Juan XXIII, que tenía desde un punto de vista social una actitud diferente a la de su predecesor Pio XII.

Hay que recordar que 1962, año de la riuada fue también el año en que empezó el Concilio Vaticano II, que colocó en entredicho aquella iglesia de pandereta que se había comprometido,  por encima de todo, con el franquismo.  

1 oct 2012

Los “papeles” de Cáritas sobre la riada

Los archivos de Cáritas conservan un buen número documentos sobre la actuación de la Iglesia en la riada de 1962. Una parte de estos documentos se salvaron milagrosamente de una segunda “riada” hace escasos años, cuando los sótanos donde se encontraban depositados quedaron anegados por las aguas provocadas por unas fuertes lluvias. El fondo documental de las oficinas centrales de Cáritas constituyen otra de las piezas esenciales para la reconstrucción de la tragedia que asoló el Vallès, numerosos pueblos del Barcelones, del Baix Llobregat y al menos ocho barrios de Barcelona. 

La primera vez que me dirigí a las oficinas centrales de Cáritas pidiendo permiso para acceder a sus archivos históricos oficiales, me miraron con cara de palo. Nadie sabía decirme nada. ¿Papeles de la riada de 1962?  Después de mucho preguntar y molestar alguien me dijo que  los archivos se encontraban desde hacia largo tiempo cerrado por falta de personal. Como la respuesta no me servía de nada, continué insistiendo.  Finalmente después de mucho preguntar y muchos viajes de aquí para allá, encontré en el  departamento de prensa y comunicación de la organización a la persona “clave” que me entreabrió las puertas del archivo y me facilitó la información que buscaba. Persona “clave” en el argot periodístico significa la persona, que levanta la cabeza de los papeles en que está trabajando, te sonríe, te escucha, se rasca la cabeza con la punta del lápiz, descuelga el teléfono, hace una dos o tres llamadas por teléfono y acaba con una exhalación, diciéndote, “ya lo tenemos”. Persona “clave” es alguien que te entiende y se implica en tu búsqueda. Ella me abrió las puertas del archivo de Cáritas.

Orden del día de una de
las reuniones de parrócos,
que eran espiadas por el régimen
Quisiera ser muy respetuosos con la verdad. Durante el tiempo que duró esta etapa de la investigación, nunca entramos físicamente en los archivos históricos de Cáritas, situados en la plaza Nova de Barcelona, entre otras razones porque continuaban cerrados a cal y canto. Aquí fue cuando se produjo un milagro, que era lo lógico que pasara en unas dependencias de una organización vinculada al Obispado. En vez de ir a buscar los documentos, los documentos me buscaron a mi. La responsable “clave” de Cáritas, me llamó una tarde a casa y me invitó a pasarme por la oficina central, en Via Laietana.

Al día siguiente estaba allí.  Me sentó en una silla de un despachó vacio, para colocarme a continuación encima de la mesa, los documentos que tanto tiempo había estado buscando. Los documentos habían viajado desde los archivos oficiales de la plaza Nova, aún cerrados, a aquella mesa de las oficinas de la Via Laietana, en un carrito de la compra. Uno a uno, la persona “clave” iba sacando del fondo del carrito de la compra, carpetas y más carpetas. Me gustaría escribir que lo hizo con solemnidad, poco a poco,  como los gestos de un sacerdote cuando celebra la misa. Pero mentiría. Los  sacó con una falsa indiferencia, como si sacara del fondo del carrito, patatas, tomates, una garrafa de aceite o el jabón de la lavadora.  Los autores de La riuada de Franco tuvimos, de esta manera, acceso a los “papeles de Cáritas” sobre la riada del 62.

Los documentos, perfectamente guardados y clasificados en diferentes carpetas, constituyen hoy en día una de las pruebas documentales más importantes para reconstruir la actuación del movimiento escolta en la riada, la de los sacerdotes, el de las parroquias e incluso el papel jugado por las asistentes sociales. Me es muy difícil establecer cuál de aquellos documentos es el mas importante o tiene mas valor histórico. Pero les hablare de dos, que fueron en definitiva los que mas me impresionaron; el primero es un relato cronológico de la actuación del movimiento escolta, dependiente del Obispado en la riada, y el segundo unas largas acotaciones del sacerdote jesuita Santi Thió que trabajó como voluntario en el barrio de La Catalana en Sant Adrià del Besós. En el libro La riuada de Franco hay recogidas largas referencias a estos dos documentos.

Estoy convencido sin embargo que en los archivos de Cáritas de la plaza Nova, que aún permanecen cerrados al público, quedan aún muchos mas documentos referidos a la riada del 62, a los enfrentamientos Iglesia - régimen, a las colectas que se hicieron en las parroquias, a las acciones emprendidas por el movimiento escolta y al papel jugado por las asistentes sociales. No quiero ni por un momento pensar que estos papeles hayan desparecido, anegados por la inundación que sufrió el archivo, porque de ser así habría  desaparecido una buena parte de la historia de la riada de 1962.

No quiero hacer paralelismos, ni colocar los papeles y archivos del Gobierno Civil y los de Cáritas al mismo nivel, pero les voy a hacer desde aquí una reflexión y a la vez una llamada de alerta; hay que sacar a la luz pública todos los papeles de la riada del 62. Incluso los del Obispado. Sólo así podremos un día saber exactamente lo que pasó hace cincuenta años.