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Ángel, de 6 años, junto
con su
hermano Antonio de 3, en una foto
de septiembre de 1961
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Manuela Fernández Morales
lleva cincuenta años buscando a su hijo. Lo perdió en la noche del 25 de
septiembre de 1962, en el barrio d'Ègara de Terrassa, cuando una tromba
de agua entró por una ventana, salió por la puerta y se llevó a su paso todo lo
que había en la casa. Así perdió a sus hijos Angel, que tenía 6 años, a Antonio, con 3, y a su padre José María, de 59, que hacía pocos días había llegado del
pueblo para visitarlos. Ella se salvó porque se agarró a una viga, pero luego
cuando la tromba se la llevó riera abajo, rodando como si fuera un canto, ni ella sabe como quedó con vida. Sólo
sabe que acabó desnuda, con el cuerpo lleno de heridas y que fue llevada al
Hospital de Sant Llàtzer de Terrassa. El marido, Antonio Martínez Martínez,
empleado de la empresa AEG, salvó la vida porque en el momento de la gran
riada, se encontraba trabajando en el turno de noche. Cuando al alba salió de
su fábrica y se dirigía hacia donde había estado su casa, un grupo de
familiares y amigos salieron a su encuentro y le impidieron que continuara su
trayecto, porque si hubiera seguido caminando, no hubiera encontrado nada.
A Manuela Fernández Morales
y Antonio Martínez Martínez, oriundos de Abla y Doña María, respectivamente, en
la provincia de Almería, la riada del 62 se les llevó todo. El cuerpo del hijo
mayor Ángel, maltrecho e hinchado de agua lo recuperaron en un depósito de
cadáveres. El cuerpo de su otro hijo, el pequeño Antonio, nunca ha sido
localizado. Ángel tiene partida de nacimiento y de defunción. Antonio
simplemente partida de nacimiento, con una acotación al lado escrita en lápiz,
en que se puede leer “desaparecido”. Para Manuela Fernández Morales, la palabra
“desaparecido” no quiere decir muerto, ni siquiera olvidado. Por eso, desde hace
50 años no ha cesado de buscar a su hijo.
Primero lo buscó en la
riera de Terrassa, entre los escombros y deshechos de la riada, luego en los
parques, en los patios de las escuelas o en las calles. Había días que se
resignaba y, por un momento, pensaba que había muerto, pero luego volvía a
tener la plena convicción que está aún con vida. Aunque Manuela Fernández Morales y Antonio Martinez Martinez
rehicieron su vida poco después de la riada -tuvieron tres hijas Ana, Montserrat y Sonia- trabajaron como unos locos, él en la AEG y ella en el textil, y compraron un piso, nunca olvidaron a sus dos
hijos que se les llevó la riada.
Este mediodía Manuela
Fernández Morales se ha levantado del sofá desde el que estaba hablando, ha
cruzado el salón-comedor de su casa y ha vuelto a abrir el cajón del aparador
para sacar por enésima vez la foto de los dos niños. Allí están, Antonio, el
menor, sentado junto con Ángel, en una
foto en blanco y negro. Es una foto de estudio. En el reverso de la foto se
puede leer una fecha: septiembre de 1961, un año antes de la riada. Sin mirarla
me la ha entregado. Cuando me la alargaba con pulso firme, ha pronunciado
simplemente una frase:
- “Por favor ayúdenos a
encontrarlo”.
Mientras cogía de sus
manos la foto de sus hijos, tratando de que la saliva pasara por el nudo que se
me había formado en la garganta, Manuela Fernández, me ha continuado explicando
con toda entereza, sin derramar una lágrima, que no tiene la seguridad de nada,
ni de que el niño que se encuentra enterrado en la tumba de Terrassa sea su Ángel,
porque el reconocimiento del cadáver de su hijo se hizo precipitadamente y sin garantías.
Pero que de lo que sí tiene la completa seguridad es que a su Antonio, el menor, al
que oficiosamente aún dan por “desaparecido”, alguien se lo llevó a su casa,
para criarlo como un hijo, olvidándose que tenía ya una madre y un padre y que
lo estaban buscando.
La hipótesis de que su
hijo Antonio fue adoptado se convirtió para esa mujer en certeza hace pocos años cuando se enteró que muchos
niños, supuestos huérfanos de la riada, habían sido adoptados irregularmente, a
hurtadillas, a través de un mercado que se abrió a las familias pudientes al
día siguiente de la riada.
Las revelaciones efectuadas por el libro La riuada de Franco confirmando la existencia de este mercado, gracias a los documentos localizados en los archivos del antiguo Gobierno Civil de Barcelona, y de los documentos localizados en el Archivo Histórico de Terrassa - Comarcal del Valles Occidental, que acaba de publicar un fascículo titulado “Orfes imaginaris”- huérfanos imaginarios- donde se recogen 20 cartas- de solicitud de adopciones, han consolidado las esperanzas de Manuela Fernández de que su Antonio vive, bajo otro nombre, con otra familia.
Las revelaciones efectuadas por el libro La riuada de Franco confirmando la existencia de este mercado, gracias a los documentos localizados en los archivos del antiguo Gobierno Civil de Barcelona, y de los documentos localizados en el Archivo Histórico de Terrassa - Comarcal del Valles Occidental, que acaba de publicar un fascículo titulado “Orfes imaginaris”- huérfanos imaginarios- donde se recogen 20 cartas- de solicitud de adopciones, han consolidado las esperanzas de Manuela Fernández de que su Antonio vive, bajo otro nombre, con otra familia.
-“Si después de la riada
hubo familias que adoptaron niños, sin que las autoridades se preocuparan en
buscar a sus verdaderos padres, quizás nuestro Antonio pudo haber sido también
adoptado”, aseguran al unísono Manuela Fernández Morales y sus tres hijas.
El drama de los falsos
huérfanos de la riada, adoptados irregularmente, es un capítulo más de ese
rosario de irregularidades puestas al descubierto por las investigaciones de la
riada efectuada por historiadores locales y académicos, con ocasión del 50
aniversario de la tragedia. Manuela Fernández Morales y sus tres hijas no están,
sin embargo, dispuestas, a que este drama, se convierta en un acto más de la
conmemoración de la riada. Con conmemoración o no, ellas piensan continuar
la búsqueda del pequeño Antonio.
Las cuatro mujeres se han
conjurado en proseguir las pesquisas, incluso si es preciso pedir el amparo de
la Justicia. Lo harán no sólo por Antonio, sino además por los otros falsos
huérfanos que fueron cedidos en adopción a hurtadillas y de manera irregular
después de la riada de 1962. Fue un robo. La Administración franquista no fue
ajena a este mercadeo. No sólo no cerró los ojos, sino que lo fomentó, lo
canalizó y lo gestionó. Convirtió las donaciones de falsos huérfanos en una
prebenda más para los adeptos del régimen.