La riuada de Franco surgió en el primer plato de un almuerzo, maduro en el postre
y cristalizó tras una siesta. En la primavera del 2011 Lluís, mi hijo, me había
invitado a comer a su casa, en el barrio de la Creu Alta, en Sabadell donde
hacía poco que se había instalado con su compañera Anna, tras perder su empleo
en la Universidad de Girona. Estaba en un momento difícil de su vida, los recortes de presupuestos generados por la
crisis económica, le habían apartando de
la vida académica cuando estaba en la recta final de su doctorado en historia.
Mi
situación profesional no era mucho mas halagüeña; el diario en el que había
trabajado durante cerca de 30 años -El País- de los que 16 los había pasado en
lugares de alto riesgo, me había prejubilado manu militari, expulsado de
la vida periodística y en mi horizonte se atisbaba ya un punto crítico, el de
la jubilación.
Así
pues entre mi hijo y yo, aunque nos separaban 35 años, no había demasiadas
diferencias; los dos sobrevivíamos a cargo del presupuesto del Estado, él como
parado, yo como prejubilado. Quizás por eso la comida no fue excesivamente
alegre, a pesar de que Anna se había preocupado por cocinar unas croquetas que
estaban de muerte.
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Lluís y Ferran Sales en el barrio La Catalana de Sant Adrià del Besòs, una de las zonas mas afectadas por la riada del 62. |
Cuando
iba por mi cuarta croqueta, por aquello de decir algo, les expliqué que hacia
siglos que no había estado en Sabadell. Eché el respaldo de la silla hacia
atrás, y trate de sacar cuentas,
mientras alargaba el brazo y la mano y cazaba la quinta croqueta. Recuerdo que
en aquel momento Anna y Lluís, los otros dos comensales, empezaron a mirarme
con ojos extraños, como intrigados. Yo
seguía calculando.
La verdad es que la situación era azarosa porque no sabía
muy bien si me miraban de aquella manera porque querían saber si seria capaz de
comerme una sexta croqueta o en realidad lo que querían era saber cuando había
sido la última vez que había estado en Sabadell.
No
quise defraudarles, me comí la sexta croqueta al tiempo que les empezaba a
explicar que la última vez que había estado en Sabadell había sido cuando las
riadas, cuando acudí a la ciudad como
voluntario. Les continué explicando que llevaba aún pantalones cortos y que
había viajado colgado de la caja de un camión de reparto de refrescos, junto a
decenas de voluntarios, azuzados por la campaña solidaria de Soler Serrano en
Radio Barcelona.
Anna
y Lluís me miraron resignados. Anna
retiró el plato de las croquetas que había vaciado, pero Lluís fue más directo
y me lanzó un puntapié emocional en la parte del bajo estómago, al recordarme
que habían pasado casi 50 años de las inundaciones. No se quedo aquí. Me
retorció con saña mis partes mas íntimas, al recalcarme que al año siguiente se
iba a cumplir el medio siglo de la riada del Vallés.
Los
comentarios de Lluís, recordándome que había envejecido, eran lógicos. ¿Qué
otra cosa puede hacer el anfitrión con un comensal que llega a su casa, se
sienta a su mesa y en un plis-plas se come todas las croquetas que su mujer ha
cocinado entre el humo del aceite de la sarten, las llamadas de teléfono de la
oficina, al tiempo que piensa que tiene que poner a secar la ropa que se acaba
de centrifugar en la lavadora? Además llamarme viejo no era la peor cosa que
podía decirme. Así que callé, no proteste, seguimos comiendo, pero continué pensando.
Acabé
de pensar a última hora de la tarde, en mi casa, en Barcelona, estirado en el
sofá, cuando desperté de la siesta y conseguí hacer la digestión de las
croquetas. Entonces saqué mi blackberry
del bolsillo, y teclee un email a Lluís. Le pregunté qué le parecería escribir
mano a mano un libro sobre la riada del Vallés. No tardó mucho en contestarme.
Su respuesta fue casi tan lacónica como mi pregunta. Estaba de acuerdo en el
proyecto, pero exigía escribir un libro serio, sin aquellos excesos de lirismo que han caracterizado mis
crónicas durante 47 años de vida
profesional. El mensaje era claro; nada de literatura.
Comprendí
así dos cosas; la primera que me había metido en un reto profesional
compremetiéndome a escribir algo con rigor y la segunda, que aún le duraba el
enfado por haberme comido todas sus croquetas.
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