Las riuadas del Baix Llobregat del 4
y 7 de noviembre de 1962 –aquí se denominan
“aigüats”- fueron silenciosas y pasaron prácticamente desapercibidas
para la opinión pública como consecuencia de la férrea censura impuesta por el
régimen franquista, que trató de minimizar los daños para no volver a alarmar a
la opinión pública.
Sin embargo, las estrictas consignas
de los gobernadores civiles de la época, ni el saliente Matías Vega Guerra (Las
Palmas 1905 - 1989), ni del entrante Antonio Ibáñez Freire (Álava 1913 - Madrid
2003) consiguieron borrar la memoria, ni destruir todos los documentos que
certifican que numerosos vecinos de El Prat, Gavà, Cornellà y otras poblaciones
vecinas se vieron afectados por las inundaciones, perdieron sus casas y se
encontraron desnudos en la calle.
Los vecinos más afectados, y quizás
también los más olvidados, fueron los que vivían en cuevas horadadas en las
paredes de las rieras del Turó de Calamot en Gavà, muy cerca de donde se
encuentran hoy un inmenso parque municipal inaugurado hará pronto 15 años. Se
trataba, en su mayoría, de emigrantes venidos de Andalucía, especialmente de
los pueblos de Granada, que trabajaban como jornaleros en las faenas agrícolas
y que por razones económicas, especialmente por la falta de vivienda asequible
en Gavà, se habían visto obligados a vivir en agujeros excavados en la tierra.
Los sucesos del 7 de noviembre en
Gavà quedaron reducidos en la prensa local a una gacetilla de poco menos de 13
líneas y a una reflexión medio traspapelada en la editorial de un periódico
local, que bajo el título de “Identificación”, no dudó en colocar en igualdad
de condiciones el triunfo de una gavanensa que había sido designada Pubilla de
Catalunya y la de decenas de familias que se quedaron sin vivienda a causa de
las lluvias. La aparente invisibilidad de aquellos damnificados no fue una
excepción, lo mismo sucedió en El Prat, donde según las estadísticas oficiales
quedaron destruidas 27 barracas, a pesar de lo cual se impuso con la misma
fuerza el silencio.
La tragedia de las familias del Gavà
y de El Prat acabaron, sin embargo, aflorando y saliendo a la luz pública,
invadiendo incluso los despachos oficiales, cuando días más tarde las
organizaciones religiosas y las instituciones asistenciales oficiales
descubrieron a los damnificados hacinados en enormes caserones
abandonados. Comprobaron así, con sus
propios ojos, la situación de incuria y dejadez con que se encontraban aquellos
olvidados.
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La antigua vaquería La Ricarda
de El
Prat hoy reconstruida
|
El problema dañaba tanto a la vista,
que amenazaba con enviar al traste la campaña de imagen impulsada por el
régimen que había establecido que en Gavà y en El Prat “no había pasado nada”.
Los damnificados alojados en el viejo cuartel de Can Pere Bori, en Gavà, y en
la vaquería de la granja La Ricarda, de El Prat, dejaron de ser invisibles para
las autoridades para convertirse en un problema que debía solucionarse con
discreción y silencio antes de que en verano regresara el Caudillo a Barcelona.
Muchos de los damnificados de La
Ricarda y Can Pere Bori fueron alojados en viviendas provisionales para años más
tarde -diez en el caso de Gavà- darles en alquiler una vivienda oficial. Pero
otros muchos quedaron desamparados y a falta de solución asistencial, se les
dio una solución policial; se les obligó a volver a sus pueblos de origen a
pesar de que llevaban muchos años viviendo en el Baix Llobregat y sus hijos
habían nacido y crecido allí. Esta solución policial, de la que quedan rastros
claros en los archivos oficiales, constituyen uno de los epílogos más dolorosos
y escandalosos del libro La Riuada de Franco.
El paso del tiempo y la historia
logró incluso maquillar la antigua vaquería de la Granja La Ricarda y el viejo cuartel de Can Pere
Bori en Gavà. Así, la vaquería de la Ricarda, trasladada y reconstruida piedra
a piedra aspira a convertirse en el Centro de Interpretación del Delta del
Llobregat, mientras que Can Pere Bori es hoy uno de las escuelas municipales más
importantes de Gavà.
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Las cuevas de la riera del
turó de Calamot, un monumento a los damnificados de la riuada de Gavà |
Sin embargo, la operación de
maquillaje llevada a término por diversas administraciones se olvidó de retocar
el escenario original. Si usted cruza el Parque de Calamot de Gavà, se adentra
a pie por el bosque, dejando atrás la calle del 8 de Septiembre, camina por los
túneles que hay debajo de la carretera, se introduce por un cañaveral que
encontrará a la derecha y remonta el cauce de la riera, se encontrará de bruces
con las mismas cuevas de las que fueron desalojados los inmigrantes por culpa
de las riadas de noviembre del 62.
Las cuevas no sólo están ahí, sinó
que además hasta hace pocas semanas estaban habitadas. Lo atestiguan decenas de
enseres personales esparcidos entre la maleza. Es como si a los últimos
residentes se les hubiera desalojado por la fuerza. Si quieren comprobarlo
simplemente tienen que caminar por el barro. Luego no olviden limpiarse los
zapatos.
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