El 6 de octubre de 1962, cuando por orden gubernativa
habían empezado ya a apagarse los ecos de la riada, el semanario Destino dedicó
doce páginas a hablar de la
tragedia. La portada, de acuerdo con las consignas, debía
estar reservada al Caudillo, que dos días antes de que se cerrase la edición,
había protagonizado un viaje relámpago por la zona afectada; en poco menos de
siete horas había visitado ocho poblaciones del Valles y el Barcelonés,
escuchado no menos de una decena de parlamentos, pronunciado tres discursos y
llorado al menos en dos ocasiones.
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Portada del semanario Destino del 6 de octubre de 1962 |
En la foto escogida para la portada del semanario, la
misma que ilustra el libro La riuada de Franco, se veía al dictador con los
ojos humedecidos escuchando el relato de una de las afectadas, Asunción Cantero
Cuenca, que llevaba en brazos a su hija Manolita, la superviviente de una riada
en la que había perdido a su marido y a su otro hijo. La foto había sido tomada
por uno de los hermanos Pérez de Rozas, colaboradores habituales de la
publicación, en el barrio de Las Arenas de Terrassa.
Cuando el fotolito de la portada, con la fotografía del
Caudillo, estaba ya preparado y dispuesto a bajarlo a la imprenta, apareció
inesperadamente por la redacción de Destino de la calle Tallers , a
espaldas de La Vanguardia, un muchacho que decía tener fotos en exclusiva de la
riada.
Josep Verges i Mata, editor y factótum de la publicación,
lo atendió para descubrir entre las fotos que el muchacho había dejado encima
de su mesa una que, por su calidad y por
lo que en ella se recogía, le llamó
poderosamente la atención; la de un sacerdote, un monje de Montserrat por más
señas, celebrando la misa sobre un lecho de escombros, en la riera de Papiol.
El editor no se lo pensó dos veces, había encontrado la
foto de su portada, capaz de desbancar a la de Franco. Josep
Verges, que tenía muchas cualidades y un solo defecto, ser un gran tacaño, pagó
al muchacho por la foto 25 pesetas, que le entregó en el acto al mismo tiempo
que le despedía en la
puerta. Francisco Tur , vecino de Sant Andreu, aprendiz de
panadero y boy scout, inició así su
carrera como fotógrafo.
La foto del monje de Montserrat, con el título “nace de
nuevo la esperanza”, desplazó a la foto del Caudillo, que fue publicada diez
páginas más adentro. Por si no fuera suficiente Vergés, el editor, justificó
con un pequeño texto aquel “cambiazo” al asegurar que “en las tierras arrasadas
por las terribles inundaciones, la misa al aire libre, es sin duda, el más
eficaz y puro gesto de los hombres”. Aquel monje que le ganó la batalla a Franco, en plena campaña mediática del
régimen, era el pare Plàcid, en la vida civil Jordi Vila-Abadal, hermano de
otro monje de Montserrat, el padre Agustí, que a la sazón desempeñaba las
tareas de mayordomo o administrador del santuario.
Los censores del régimen no dijeron nada, no tenían otra
opción que callarse entre otras razones, porque seguramente eran conscientes de
que Dios estaba por encima de Franco y en términos absolutos, era más
importante un sacerdote diciendo la santa misa sobre los escombros de la riada,
que un gobernante con los ojos humedecidos por el relato de una viuda.
Sin embargo tres semanas más tarde, el 27 de octubre de
aquel mismo año, los celadores del régimen encontraron la ocasión para pasarle
las cuentas a aquel monje impertinente que había osado desbancar al Caudillo en
la portada de Destino. La excusa para lanzar la caballería sobre el monje, fue
una carta que el propio padre Plàcid envió al director del semanario y que fue publicada
en la página 3, bajo el titulo “Viviendas para los damnificados”.
El padre Plàcid, monje de Montserrat, mandó la carta al
semanario Destino para hacer una propuesta formal, de que las viviendas vacías
de Les Fonts y Terrassa, habitualmente utilizadas por los barceloneses como
segundas residencias, pudieran ser usadas temporalmente por los damnificados
que se habían quedado sin casa. En el fondo, entre líneas, el padre Plàcid lo
que hacia era quejarse de la forma en
que el régimen venia actuando y utilizando la desgracia de la tragedia para
hacerse propaganda sin llegar a resolver muchos de los problemas pendientes, el
mas acuciante de los cuales era el alojamiento de los supervivientes.
La propuesta del monje desató las iras de los
funcionarios, muy especialmente del Inspector Provincial de falange, Carlos
Maria Hernández Palmes, quien redactó un informe contra él y contra Montserrat,
en el que vino a acusar a los responsables del Monasterio de no haber
habilitado las celdas y la hospedería para los damnificados.
El padre Plàcid- Jordi Vila-Abadal- acaba de quedar
fichado, si es que no lo estaba ya para entonces por las autoridades del
régimen. Los informes reservados de la policía sobre “actividades en el
Monasterio de Montserrat”, que se encuentran en el archivo histórico del
Gobierno Civil de Barcelona, desvelan la obsesión de los funcionarios
gubernativos con respecto al padre Plàcid y su hermano Agustí. Sería absurdo
asegurar que aquellos informes eran una revancha o una venganza del régimen por
la anécdota de la foto de la portada de Destino, pero tampoco puede descartarse
esta hipótesis; el franquismo era ciego e irracional. Los hermanos Vila-Abadal
se convirtieron asi para los funcionarios del franquismo en los abanderados del “progresismo” y el
“catalanismo político” de la comunidad benedictina de Montserrat.
Los informes, de los años 1963 y 1964, insisten en “la perniciosa
influencia” de los dos monjes, a los que
acusa de capitanear un grupo de religiosos a los que califica de “disolventes”,
entre los que se encuentran además del Abad Aureli Maria Escarré, los padres Porcel,
Minobis, entre otros, secundados a su vez por un grupo de seglares de los que
resalta a Antoni Travería Fuster. La escalada de descalificaciones con respecto
a los padres Placid y Agusti alcanza al paroxismo a partir de las declaraciones
del Abad Escarré en Le Monde, en noviembre de 1963, en las que acusó al régimen
de incumplir los principios básicos del cristianismo que decía defender.
Según se desprende de la documentación, localizada en los
archivos, la policía vigiló y fiscalizó cada uno de los movimientos de los dos
monjes, hasta forzar su exilio, junto con otros compañeros y el propio Abad
Aureli Maria Escarré. Sólo entonces el régimen suspiró aliviado.
El informe que
redacta la Brigada
Regional de Información el 2 de noviembre de 1964, es
revelador. El agente tras destacar la homilía “pacificadora” del abad coadjutor
Gabriel Maria Braso, pronunciada con ocasión de la festividad de Todos los
Santos, recalca que “desde la ausencia
forzosa del Monasterio, del grupo “disolvente”… ha remitido extraordinariamente
la agitada atmosfera que se respiraba en el convento. Vuelve a reinar la paz
entre la Comunidad y ha vuelto a restablecerse la disciplina que el grupo antes
citado había relajado con sus constantes infracciones a las Reglas de San
Benito”.
Todavía guardo un ejemplar de esta revista. Fueron unas trágicas jornadas que viví intensamente a pesar de mi juventud y residencia en Sant Boi de Llobregat, y que jamás he podido apartar de mi recuerdo.
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