Este blog nace a partir del libro La riuada de Franco con la intención de divulgar nuevos datos sobre las inundaciones del Vallés de 1962. Coincidiendo con el 50 aniversario de aquella catástrofe colectiva, el libro, escrito por Ferran Sales i Aige y Lluís Sales i Favà, destapa las pugnas políticas, la propaganda y la corrupción que desataron aquellas riadas.


4 nov 2012

El día que la prensa pidió el encarcelamiento del río Besòs


El 4 de noviembre de 1962, cuarenta días después de la gran riada del Vallès, volvió a llover con intensidad sobre la demarcación de Barcelona. Hubo inundaciones en Sabadell, Terrassa, Sant Adrià, Molins de Rei, el Prat y Gavà entre otras poblaciones, pero también en los barrios de La Verneda, Horta, Poble Nou y La Mina de la capital catalana. Aunque las precipitaciones causaron alarma entre los vecinos, no hubo daños personales, pero la fuerza de las aguas se llevó algunos puentes y determinadas obras de infraestructura que se estaban realizando para paliar las destrucciones producidas por la riada de seis semanas atrás.

Las lluvias del 4 de noviembre, que era domingo, empezaron a caer a las 8 de la mañana, para prolongarse durante todo el día y amainar a la tarde del día siguiente, lunes. El agua alcanzó en los pluviómetros los 180 litros por metro cuadrado y dejó en la prensa el sabor agrio del recuerdo de la tragedia acaecida con anterioridad, según se desprende de la simple lectura de los titulares de los periódicos del martes, ya que el lunes en aquella época no había diarios; ““Hay que volver a empezar otra vez”, “Tabla rasa” o las “Lluvias torrenciales asolaron de nuevo el Vallés”.

Los crónicas periodísticas sobre las inundaciones del 4 de noviembre fueron redactadas de acuerdo con las consignas políticas de las autoridades, que ordenaron colocar en un lugar destacado de la prensa la reacción inmediata de los responsables de la Administración, especialmente del gobernador civil, el capitán general o el presidente de la Diputación, que acudieron rápidamente al lugar del desastre, tratando de hacer olvidar las ausencias inconfesables acaecidas un mes y medio atrás. En la misma línea de “eficacia” y “presteza”, la prensa destacó  las actuaciones de los bomberos, de la policía, de las militantes de la Sección Femenina o de los jóvenes de la Falange, que  prestaron “desde el primer momento”  ayuda a los damnificados.

Según aquellas directrices franquistas, aunque las lluvias torrenciales de aquel 4 de noviembre- que se volvieron a repetir tres días mas tarde- habían provocado unas inundaciones similares a las acaecidas el 25 de septiembre, estas últimas habían sido controladas y embridadas por el régimen. Una vez más la prensa cumplía a rajatabla las consignas del  general Franco, reinterpretaba lo sucedido sobre el terreno y aseguraba que todo permanecía bajo control; el orden y la seguridad, por encima de todas las cosas. Era como si la fuerza y la energía del franquismo hubiera encontrado de pronto la fórmula mágica para controlar y domesticar la naturaleza, cosa que no había sucedido cuarenta días atrás.

Las consignas oficiales impuestas por el régimen a la prensa de cómo debía de tratar la riada de aquel 4 de noviembre, fueron tan esperpénticas que  provocaron más de una carcajada. Entre aquellas carcajadas literarias-periodísticas, cabe destacar la redactada por el escritor Álvaro Ruibal quien hacia poco menos de un año - enero de 1962-  había empezado a escribir con el seudónimo de ERO una sección diaria en La Vanguardia de Barcelona titulada “La calle y su mundo”. Ruibal, que había sido contratado por el director del periódico, ManuelAznar, continuaría escribiendo durante 37 años la sección hasta el dia siguiente de su muerte, el 19 de noviembre de 1999, en que se publicó su última crónica.

Álvaro Ruibal, que había sido periodista en El Sol, era un hombre de firmes convicciones democráticas y liberales, en la misma línea que lo eran otros  compañeros de redacción de La Vanguardia, entre los que destacaba Manueldel Arco o el propio Santiago Nadal. Pero había una gran diferencia entre Álvaro Ruibal y los otros periodistas de su propia redacción y es que Ruibal, como buen gallego, estaba dotado de un fino sentido del humor, tan sutil e incisivo que era capaz de sortear los controles oficiales y pasar desapercibido para los censores.

La crónica de Alvaro Ruibal sobre la riada del 4 de noviembre de 1962, se tituló simplemente “Besós”, el nombre de uno de los ríos que se salió de madre y para el que pidió la pena de prisión. Fue un juego literario,  lleno de ironía y crítica hacia un régimen acostumbrado a resolver todos los problemas con la represión, la  mano dura y la cárcel.  Estos son algunos de los párrafos de aquella crónica irónica, que sorteó los controles de la censura y provocó más de una carcajada.

“… el Besós recuerda aquellos libertarios con aires de buenas personas que ponían una bomba o cometían un atentado y los que lo conocían se quedaban pasmados porque los creían incapaces de matar una mosca. En los patios de las cárceles, incluso en los frios de enero, practicaban el nudismo para ejercitar de aquella manera la rebeldía. El Besós es un río anarquista y como los saboteadores y dinamiteros hay que cortarles las riendas; es decir conviene meterle entre gruesos muros para que no haga sin venir a cuentos y porque le dé la gana, una de las suyas”.

Cincuenta años mas tarde a nadie se le ocurriría pedir una pena de prisión para el rio Besòs, pero sí para aquellos funcionarios y responsables de la Administración que no encauzaron las aguas, permitieron la construcción de viviendas en sus márgenes o aprovecharon la riada para lograr pingües beneficios con inconfesables negocios, incluido el comercio de huérfanos y que lo único que les preocupaba era impartir consignas a la prensa.

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