El 4 de noviembre de 1962,
cuarenta días después de la gran riada del Vallès, volvió a llover con
intensidad sobre la demarcación de Barcelona. Hubo inundaciones en Sabadell,
Terrassa, Sant Adrià, Molins de Rei, el Prat y Gavà entre otras poblaciones,
pero también en los barrios de La Verneda, Horta, Poble Nou y La Mina de la
capital catalana. Aunque las precipitaciones causaron alarma entre los vecinos,
no hubo daños personales, pero la fuerza de las aguas se llevó algunos puentes
y determinadas obras de infraestructura que se estaban realizando para paliar
las destrucciones producidas por la riada de seis semanas atrás.
Las lluvias del 4 de
noviembre, que era domingo, empezaron a caer a las 8 de la mañana, para
prolongarse durante todo el día y amainar a la tarde del día siguiente, lunes.
El agua alcanzó en los pluviómetros los 180 litros por metro cuadrado y dejó en
la prensa el sabor agrio del recuerdo de la tragedia acaecida con anterioridad,
según se desprende de la simple lectura de los titulares de los periódicos del
martes, ya que el lunes en aquella época no había diarios; ““Hay que volver a
empezar otra vez”, “Tabla rasa” o las “Lluvias torrenciales asolaron de nuevo
el Vallés”.
Los crónicas periodísticas
sobre las inundaciones del 4 de noviembre fueron redactadas de acuerdo con las
consignas políticas de las autoridades, que ordenaron colocar en un lugar
destacado de la prensa la reacción inmediata de los responsables de la Administración,
especialmente del gobernador civil, el capitán general o el presidente de la
Diputación, que acudieron rápidamente al lugar del desastre, tratando de hacer
olvidar las ausencias inconfesables acaecidas un mes y medio atrás. En la misma
línea de “eficacia” y “presteza”, la prensa destacó las actuaciones de los bomberos, de la
policía, de las militantes de la Sección Femenina o de los jóvenes de la
Falange, que prestaron “desde el primer
momento” ayuda a los damnificados.
Según aquellas directrices
franquistas, aunque las lluvias torrenciales de aquel 4 de noviembre- que se
volvieron a repetir tres días mas tarde- habían provocado unas inundaciones
similares a las acaecidas el 25 de septiembre, estas últimas habían sido
controladas y embridadas por el régimen. Una vez más la prensa cumplía a
rajatabla las consignas del general
Franco, reinterpretaba lo sucedido sobre el terreno y aseguraba que todo
permanecía bajo control; el orden y la seguridad, por encima de todas las
cosas. Era como si la fuerza y la energía del franquismo hubiera encontrado de
pronto la fórmula mágica para controlar y domesticar la naturaleza, cosa que no
había sucedido cuarenta días atrás.
Las consignas oficiales
impuestas por el régimen a la prensa de cómo debía de tratar la riada de aquel
4 de noviembre, fueron tan esperpénticas que
provocaron más de una carcajada. Entre aquellas carcajadas
literarias-periodísticas, cabe destacar la redactada por el escritor Álvaro Ruibal quien hacia poco menos de un año - enero de 1962- había empezado a escribir con el seudónimo de
ERO una sección diaria en La Vanguardia de Barcelona titulada “La calle y su
mundo”. Ruibal, que había sido contratado por el director del periódico, ManuelAznar, continuaría escribiendo durante 37 años la sección hasta el dia
siguiente de su muerte, el 19 de noviembre de 1999, en que se publicó su última
crónica.
Álvaro Ruibal, que había
sido periodista en El Sol, era un hombre de firmes convicciones democráticas y
liberales, en la misma línea que lo eran otros
compañeros de redacción de La Vanguardia, entre los que destacaba Manueldel Arco o el propio Santiago Nadal. Pero había una gran diferencia entre Álvaro
Ruibal y los otros periodistas de su propia redacción y es que Ruibal, como
buen gallego, estaba dotado de un fino sentido del humor, tan sutil e incisivo
que era capaz de sortear los controles oficiales y pasar desapercibido para los
censores.
La crónica de Alvaro
Ruibal sobre la riada del 4 de noviembre de 1962, se tituló simplemente
“Besós”, el nombre de uno de los ríos que se salió de madre y para el que pidió
la pena de prisión. Fue un juego literario,
lleno de ironía y crítica hacia un régimen acostumbrado a resolver todos
los problemas con la represión, la mano
dura y la cárcel. Estos son algunos de
los párrafos de aquella crónica irónica, que sorteó los controles de la censura
y provocó más de una carcajada.
“… el Besós recuerda
aquellos libertarios con aires de buenas personas que ponían una bomba o
cometían un atentado y los que lo conocían se quedaban pasmados porque los
creían incapaces de matar una mosca. En los patios de las cárceles, incluso en
los frios de enero, practicaban el nudismo para ejercitar de aquella manera la
rebeldía. El Besós es un río anarquista y como los saboteadores y dinamiteros
hay que cortarles las riendas; es decir conviene meterle entre gruesos muros
para que no haga sin venir a cuentos y porque le dé la gana, una de las suyas”.
Cincuenta años mas tarde a
nadie se le ocurriría pedir una pena de prisión para el rio Besòs, pero sí para
aquellos funcionarios y responsables de la Administración que no encauzaron las
aguas, permitieron la construcción de viviendas en sus márgenes o aprovecharon
la riada para lograr pingües beneficios con inconfesables negocios, incluido el
comercio de huérfanos y que lo único que les preocupaba era impartir consignas
a la prensa.
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