Este blog nace a partir del libro La riuada de Franco con la intención de divulgar nuevos datos sobre las inundaciones del Vallés de 1962. Coincidiendo con el 50 aniversario de aquella catástrofe colectiva, el libro, escrito por Ferran Sales i Aige y Lluís Sales i Favà, destapa las pugnas políticas, la propaganda y la corrupción que desataron aquellas riadas.


24 nov 2012

Así nació La riuada de Franco


La riuada de Franco surgió en el primer plato de un almuerzo, maduro en el postre y cristalizó tras una siesta. En la primavera del 2011 Lluís, mi hijo, me había invitado a comer a su casa, en el barrio de la Creu Alta, en Sabadell donde hacía poco que se había instalado con su compañera Anna, tras perder su empleo en la Universidad de Girona. Estaba en un momento difícil de su vida,  los recortes de presupuestos generados por la crisis económica, le habían  apartando de la vida académica cuando estaba en la recta final de su doctorado en historia.

Mi situación profesional no era mucho mas halagüeña; el diario en el que había trabajado durante cerca de 30 años -El País- de los que 16 los había pasado en lugares de alto riesgo, me había prejubilado manu militari,  expulsado de la vida periodística y en mi horizonte se atisbaba ya un punto crítico, el de la jubilación.

Así pues entre mi hijo y yo, aunque nos separaban 35 años, no había demasiadas diferencias; los dos sobrevivíamos a cargo del presupuesto del Estado, él como parado, yo como prejubilado. Quizás por eso la comida no fue excesivamente alegre, a pesar de que Anna se había preocupado por cocinar unas croquetas que estaban de muerte.

 Lluís y Ferran Sales en el barrio
La Catalana de Sant Adrià del Besòs,
una de las zonas mas afectadas por la riada del 62. 
Cuando iba por mi cuarta croqueta, por aquello de decir algo, les expliqué que hacia siglos que no había estado en Sabadell. Eché el respaldo de la silla hacia atrás,  y trate de sacar cuentas, mientras alargaba el brazo y la mano y cazaba la quinta croqueta. Recuerdo que en aquel momento Anna y Lluís, los otros dos comensales, empezaron a mirarme con ojos extraños, como intrigados.  Yo seguía calculando. 

La verdad es que la situación era azarosa porque no sabía muy bien si me miraban de aquella manera porque querían saber si seria capaz de comerme una sexta croqueta o en realidad lo que querían era saber cuando había sido la última vez que había estado en Sabadell.

No quise defraudarles, me comí la sexta croqueta al tiempo que les empezaba a explicar que la última vez que había estado en Sabadell había sido cuando las riadas, cuando  acudí a la ciudad como voluntario. Les continué explicando que llevaba aún pantalones cortos y que había viajado colgado de la caja de un camión de reparto de refrescos, junto a decenas de voluntarios, azuzados por la campaña solidaria de Soler Serrano en Radio Barcelona.

Anna y Lluís me miraron  resignados. Anna retiró el plato de las croquetas que había vaciado, pero Lluís fue más directo y me lanzó un puntapié emocional en la parte del bajo estómago, al recordarme que habían pasado casi 50 años de las inundaciones. No se quedo aquí. Me retorció con saña mis partes mas íntimas, al recalcarme que al año siguiente se iba a cumplir el medio siglo de la riada del Vallés.

Los comentarios de Lluís, recordándome que había envejecido, eran lógicos. ¿Qué otra cosa puede hacer el anfitrión con un comensal que llega a su casa, se sienta a su mesa y en un plis-plas se come todas las croquetas que su mujer ha cocinado entre el humo del aceite de la sarten, las llamadas de teléfono de la oficina, al tiempo que piensa que tiene que poner a secar la ropa que se acaba de centrifugar en la lavadora? Además llamarme viejo no era la peor cosa que podía decirme. Así que callé, no proteste, seguimos comiendo, pero  continué pensando.

Acabé de pensar a última hora de la tarde, en mi casa, en Barcelona, estirado en el sofá, cuando desperté de la siesta y conseguí hacer la digestión de las croquetas. Entonces saqué mi blackberry del bolsillo, y teclee un email a Lluís. Le pregunté qué le parecería escribir mano a mano un libro sobre la riada del Vallés. No tardó mucho en contestarme. Su respuesta fue casi tan lacónica como mi pregunta. Estaba de acuerdo en el proyecto, pero exigía escribir un libro serio, sin aquellos  excesos de lirismo que han caracterizado mis crónicas  durante 47 años de vida profesional. El mensaje era claro; nada de literatura.

Comprendí así dos cosas; la primera que me había metido en un reto profesional compremetiéndome a escribir algo con rigor y la segunda, que aún le duraba el enfado por haberme comido todas sus croquetas.

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